lunes, diciembre 20, 2004

EL SALARIO MÁXIMO.

Por: José Luis Camba Arriola.

La semana pasada, como cada año, la Comisión Nacional de Salarios Mínimos aprobó el incremento del “salario mínimo” para el período entrante.

Nada sorpresivo: poco menos que la inflación estimada para el dos mil cinco. Por el contrario, lo que como cada año me sorprende, es el tono de los comentarios de políticos y sindicalistas: “el incremento es insuficiente para mejorar la calidad de vida de los trabajadores”.

Evidentemente, si el conjunto de los mexicanos ganase más dinero del que ahora gana sería benéfico para el país, empresarios incluídos. La expresión más típica del dinero es la moneda. Por eso, dicen algunos, que las hacen redondas; para que rueden, es decir, para que pasen de mano en mano. Para un empresario es fundamental que en el lugar donde tiene su negocio establecido ruede el dinero, o sea que fluya. En la medida que un mayor número de personas cuente con más cantidad de dinero, más clientes potenciales tendrá un comerciante. No es lo mismo ser propietario de un restaurante al que sólo un porcentaje muy pequeño de la población puede acudir a yantar, que ser el dueño de un lugar al que el conjunto de los habitantes se encuentra en posibilidades de acudir, pues lo puede pagar. La calidad y cantidad de la comida, así como el servicio en relación con el precio, marcarán la diferencia entre el éxito y el fracaso. El que un mesero no gane lo suficiente para acudir como cliente a un restaurante de la misma calidad y precio de aquel en el que trabaja es fatal para una economía. Por un lado, el mesero en cuestión ignora lo que se siente ser cliente y gastar esa cantidad de sus ingresos en un establecimiento, con lo cual no puede conocer las necesidades de sus clientes; pero por otro lado, ese tipo de restaurantes deben pelearse por obtener a un muy pequeño número de comensales, con lo que la posibilidad de sobrevivir ser reduce basicamente a la moda. Un mecánico o un barrendero, deberían estar en posición, al igual que un dentista o un abogado, de festejar su aniversario de bodas o su cumpleaños en un buen restaurante sin necesidad de empeñarle su alma al diablo. La solución no radica en que se reduzcan los precios sino en que se incremente la capacidad adquisitiva de la población. Después de todo, la posibilidad de obtener beneficios es lo que motiva a un empresario a arriesgar su capital para establecer un negocio y generar empleos, lo que además se traduce en mayores impuestos y cuotas sindicales.

Hasta aquí todos estamos de acuerdo. En lo que no puedo estar de acuerdo es en lo demás. El número de personas que recibe como contraprestación a su trabajo el salario mínimo es prácticamente inexistente. Por una sencilla razón. Nadie trabaja por tan poco dinero. Es verdad que el IMSS tiene inscritos como mayoría a los que ganan el mínimo, pero la verdad es que se debe a una treta a la que se han visto empujados los empresarios para poder obtener beneficios. La mayoría de los negocios declaran al Seguro Social que sus empleados ganan un salario mínimo para obtener la cotización más baja y no tener que realizar engorrosos trámites de cambio de salario que, de no hacerse, acarrean multas recargos y hasta la excomunión.

La realidad es otra. En su mayoría los empleadores pagan más allá del mínimo para conseguir trabajadores. La diferencia la pagan “por fuera”, engrosando las filas de la economía sumergida. Nuestro sistema impositivo causa estas enfermedades donde el remedio no pasa por la mágica imposición de lo que a partir de determinado momento se pagará por el trabajo. No, no culpemos a los empresarios. El que lo haga que trate de emprender un negocio para que sepa de lo que estamos hablando.

El salario mínimo ya no es lo menos que se paga por un trabajo diario. Pero entonces ¿para qué sirve actualmente el salario mínimo? La respuesta es sencilliísima: es una medida económica. Así como el Producto Interno Bruto, el Ingreso Per Cápita o el Índice Nacional de Precios al Consumidor, el Salario Mínimo sirve para establecer parámetros económicos, fiscales y judiciales. Todas las multas y penalizaciones económicas que se imponen en nuestro país se miden en salarios mínimos. Un gran número de derechos para licencias locales o permisos, se marcan en salarios mínimos. La constante para el análisis de muchos precios es el salario mínimo. Algo similar pasó con los UDI. Nacieron como moneda arlternativa para el pago de adeudos en medio de un sistema financiero con una espiral inflacionaria incontenible, donde los intereses alcanzaron más del cien por ciento en casos extremos. Sin embargo, sin considerar a los pobres diablos que se quedaron con deudas en UDI, el parámetro es hoy una medida para determinar el valor de los pesos constantes en contraposición a los pesos corrientes. Del mismo modo que el ingreso per cápita no significa que el conjunto de los habitantes de un país reciban ese monto de dinero. La distribución de la riqueza es una variable independiente del total de lo que produce una nación dividido entre el número de sus habitantes. Esa distribución depende del desarrollo social en que se encuentre un pueblo.

Así es estimado lector, el salario mínimo es lo que se conoce como una mentira estadística. No es que la mayoría de nuestros trabajadores hayan recibido un incremento salarial de menos de dos pesos mensuales. Significa, por el contrario, que uno de los estomagos de nuestras administraciones públicas va a comer menos en multas y sanciones de a lo que está acostumbrado. Lo demás, el aumento de sueldos, depende de negociaciones sindicales, condiciones empresariales, capacidad laboral y posiciones de mercado.

Es verdad que el porcentaje de incremento refleja una postura inflacionaria. Nadie lo pone en duda. Pero insisto en que lo que no es verdad, es que refleje el ingreso típico del mexicano.

Sin embargo, parece que México, país de contrastes, vive preocupado por los extremos. El político común piensa en el salario mínimo que se le puede pagar a los otros y el salario máximo que puede cobrar como funcionario sin que se le caigan encima los del mínimo.

joseluis@camba.ws