martes, diciembre 14, 2004

¿CÓMO SE DICE, PUTO O GAY?

Por: José Luis Camba Arriola.

El asunto de la defensa de los derechos homosexuales no nace, como muchos creen, del movimiento de los derechos humanos en los Estados Unidos. La mayoría de los homosexualistas del movimiento legitimador de la homosexualidad, considera equivocadamente, que el “Derecho Gay” fue el paso natural del activismo norteamericano por los derechos civiles y que le siguió al de los derechos de los negros y a los de las mujeres. La verdad es que la historia es diferente. Más adelante nos ocuparemos de ella. Mientras tanto, respondamos una pregunta curiosa ¿por qué a los homosexuales les gusta llamarse así mismos “gay”? La respuesta es sencilla, por ignorantes. Veamos su procedencia. La palabra “gay” fue tomada prestada por el idioma inglés, del francés “gai”, adjetivo proveniente a su vez del alemán antiguo “gáhi”, cuyo significado es el de: alegría repentina o impulsiva. Alrededor de los años cincuentas del siglo pasado, comenzó a dársele el significado de homosexual.

Pero, ¿de dónde lo tomó? En los años treintas, al aprendiz de padrote, ese que explota y golpea a las mujeres que se prostituyen, quien por regla era un muchacho joven, se le conocía como “gay cat”, gato alegre, pues andaba felizmente, de arriba a abajo, con un proxeneta, usualmente de mucha mayor edad, aprendiendo el “oficio”. De ahí, que la población en general, le atribuyera este adjetivo a todo muchachito homosexual en compañía de otro señor mayor.

Un chiste mexicano, instrumento que junto con los refranes constituyen el pensamiento común de los pueblos, nos cuenta la historia de un muchacho de catorce años que con el propósito de inhibir a su padre, ante la insistente actitud de éste de llevarlo con una prostituta pues, en su opinión, ya era tiempo de que su hijo experimentara su primera relación sexual; le confiesa que es “gay”. El padre sorprendido y con objeto de dilucidar lo que de los labios de su vástago acababa de escuchar, le pregunta: Hijo ¿tú vives en Las Lomas? El hijo contesta que no, que como él sabe, su residencia se encuentra en Peralvillo. El padre nuevamente pregunta: ¿tú coche es un Ferrari? El hijo responde que, como a él le consta, los únicos transportes a los que hasta la fecha se ha subido son el Metro y el microbús. Una vez más, el padre cuestiona: ¿acaso te graduaste en Harvard? A lo que el paciente muchacho responde que ni siquiera paso el examen de admisión de la vocacional. Entonces, el padre del muchacho, en un tono casi docente, le informa a su hijo que no, que está equivocado: él no es “gay”, él es un simple puto.

Y es que no importa el nombre que se le de a las cosas. Éstas son lo que son.

Y es así, por que la homosexualidad desde el tiempo de los griegos se justificaba por la lozanía y la belleza. Se supone que se acostaban con los muchachos jóvenes, los efebos, para recibir lo que ellos ya no tenían, juventud. Hasta hace muy pocos años comenzó a propagarse la idea de la vida homosexual en pareja. Antes era sólo puro hedonismo. Ahora ya se acepta la mezcla de pellejos pues, como en el resto de las relaciones, el amor ha comenzado a ser considerado como factor decisivo para la unión de dos personas. Antes nunca fue así, por más que algunos cineastas contemporáneos traten de engañar a los espectadores, la vida en pareja fue, hasta hace relativamente poco, una decisión que se tomaba por motivos económicos, familiares o de poder. Nada más. La sexualidad no tenía nada que ver y, aún menos, el amor.

Por eso, antes de que se acuñara el término “homosexual”, que se popularizó a finales del siglo diecinueve, se utilizaba la palabra pederasta para referirse a lo mismo. Nuevamente, el concepto se refiere a las relaciones entre viejos y jóvenes. No se concebían las relaciones entre adultos. No tenían sentido. Y no me refiero a ojos de los heterosexuales. No, desde el punto de vista de los propios homosexuales. No hay más que leer a célebres exponentes como Oscar Wilde, o revisar la biografía de otros como Piotr Ilich Tchaikovsky.

Bueno, el uso del término pederasta era tan aceptado, que alguien tan poco sospechoso de intolerancia como Frederick Engels lo utilizaba. Veamos un fragmento de una carta envida por él a Karl Marx en 1895:

“Los pederastas están empezando a crecer en número y a descubrir que son un poderoso grupo en nuestro Estado. Lo único que les falta es una organización. Parece que ya existe, sin embargo, está oculta”

Ahora, si Engels tenía razón, ¿en que momento se introdujeron en la política los homosexuales como grupo diferenciado y aceptado? Curiosamente, estimado lector, en el régimen totalitario de Adolf Hitler. El militar de más alto rango del Partido Nazi fue Ernst Roehm, creador y encargado de las tristemente célebres camisas pardas, un homosexual reconocido cuya ideología provenía de una de las dos corrientes en las que se escindió la doctrina pro homosexual creada en los sesentas del siglo diecinueve, por el padre de los derechos de los homosexuales en el mundo, el abogado Karl Heinrich Ulrichs. Este señor sostenía que a pesar de que habían abusado de él cuando tenía catorce años, la causa de su homosexualidad se encontraba en su propia naturaleza y que, de no haber sido violado, de todos modos hubiera sido homosexual. El planteamiento de Ulrichs era el del “tercer sexo”. Sostenía que la homosexualidad es un fenómeno natural. En su doctrina, el varón homosexual es una mujer atrapada en un cuerpo masculino. Y lo creía en serio. La corriente a la que Roehm pertenecía era la que fundó Adolf Brand, editor de la primera revista homosexual que existió: “Der Eigene” (“El Especial”). Este grupo de personas se conocía como GE por el alemán: “Gemeinshaft der Eigenen” (“Comunidad de lo Especial”), fundada por Brand, Wilhelm Janzen y Benedict Friedlander; sus miembros se sentían profundamente ofendidos ante la teoría del tercer sexo, para ellos, la homosexualidad correspondía a una forma superior de pensamiento en la que sostenían que, al igual que en la Élade o el Imperio Romano, el concepto de belleza y cultura iban de la mano con la homosexualidad, de ahí que la virilidad fuese fundamental para ellos. Por eso sus uniformes y todo su diseño de imagen tendía a enaltecer la masculinidad. Para entender lo que querían, reproduzcamos un texto publicado por Brand en su revista Der Eigene:

Queremos hombres con “sed por la resurrección de los tiempos de la Grecia antigua donde prevalezcan los estándares helénicos de belleza, después de siglos de barbarismo cristiano”.

Por el contrario, la otra corriente, la del tercer sexo, quedó en manos de otro seguidor de Ulrichs, el también alemán Magnus Hirschfeld, quien en 1897 constituyó lo que llamó “Comité Científico Humanitario” y más tarde fundó el “Instituto para Investigaciones Sexuales de Berlín”. Este otro grupo de personas estaba a favor del transvestismo e investigaba acerca de la posibilidad de realizar operaciones transexuales. Por supuesto que para ellos la femeneidad en el homosexual era fundamental para expresar su ser. De sus miembros nació el primer Cabaret homosexual en Alemania, de nombre “El Dorado”, así en español: “El Dorado”. Ese es el establecimiento que se recrea en todas las películas sobre la época como ejemplo de la “libertad de pensamiento” a la que Hitler puso fin. Y es que también fue el primer centro nocturno clausurado por el régimen nazi. Desde su propio punto de vista, los nazis podían ser homosexuales, pero no maricones. No, eso de los afeminados les resultaba asqueroso. Por eso, al igual que a los judíos, los persiguieron sin tregua. Su actitud me recuerda a la del protagonista de un viejo chiste que escuche en España.

Dos náufragos se encontraban en una isla desierta, después de cinco años, uno de ellos le dice a su compañero de desgracia: Es necesario que estabilicemos nuestro metabolismo y equilibremos nuestra psique. Masturbarse no es una opción. Hace ya tanto tiempo que no veo a una mujer que soy incapaz de obtener una erección. Te propongo que con fines medicinales, tengamos relaciones sexuales. El otro, le responde que no, que de ninguna manera va a copular con otro varón. Que eso son mariconerías. El de la idea insiste, todos los días durante dos años y medio, con toda clase de argumentos científicos, para convencer al otro de que es sólo por cubrir una necesidad biológica. Finalmente accede y después de sortearlo, al de la idea le toca satisfacerse primero. Cuando lo está haciendo, se deja llevar por la emoción y le toca el pene a su víctima, por lo que inmediatamente recibe un manotazo de éste junto con una reprimenda: ¡si empiezas con mariconerías, lo dejamos!

Ese es el tipo de mentalidad del homosexualismo nazi. Como sea, la teoría del tercer sexo es la que actualmente prevalece en la “comunidad homosexual”. Por cierto que el término homosexual fue acuñado en 1869 por otro seguidor del Ulrichs en una carta abierta dirigida al Ministro de Justicia de Prusia. Nótese que del lesbianismo ni una palabra. Hasta hace muy poco, los homosexuales del tercer sexo, los de la Élade y las lesbianas mantuvieron frentes distintos, incluso fueron rivales habituales.

Pues bien, para nadie es un secreto que la homosexualidad y la bisexualidad son el rasgo común de muchos miembros de algunos grupos de poder en nuestro país. De varios partidos. El ejemplo que primero se me ocurre es el de algunos miembros del PRD, donde el caso de los bejaranistas es el más notable. No obstante, a diferencia de la escuela helénica, estos partidarios del tercer sexo, aunque cobardemente se mantienen dentro del “closet”, fomentan las relaciones de poder a través de la cama. Más de un ejemplo de esto existe. Pero al mismo tiempo mantienen una doctrina fuertemente arraigada en el partido, de que se debe tolerar todo lo “especial” A raíz de eso, van fomentando relaciones con grupos pro prostitución (dicen ellos que prostituirse es un derecho), pro homosexualidad (dicen que es una condición natural), pro vagancia (sostienen que es una forma de vida), etcétera, pro lo que se les ocurra, siempre que con ello, puedan estar en condiciones de hablar de supuesta tolerancia, tratando de generar un ambiente favorable a la homosexualidad. Claro que ellos creen que son los protectores de la “diversidad”. El caso es que, tanto los nazis, como los fascistas, como estos perredistas mantienen fuertes vínculos con la homosexualidad. ¿Es simplemente una coincidencia? No lo creo.

Por otro lado es curioso que en México, donde el machismo está a la vuelta de la esquina, una de las pruebas más socorridas de éste sea lo que se conoce como albures. Resulta que el más alburero, es el más macho. Es incomprensible, pues alburear consiste en decirse puras mariconerías: que si uno le mete al otro, que si el otro le saca al uno, etcétera. No parece muy viril que digamos. Pero esa es nuestra realidad ¿quién sabe lo que significa esta contradicción?

Lo que nos debe quedar claro es que, aunque neologismo, la palabra homosexual es la que con más precisión refleja el carácter de esta “preferencia”. Sea cual fuere su causa y motivación.

Que no se me acuse de homofóbico, evidentemente el término es otra estupidez. Significa fobia o miedo a los iguales. No, los que no están de acuerdo del todo con la homosexualidad deben recibir otro calificativo, sugiero el de “homsexualifóbico” o, quizás, “homosexifóbico”. Son más precisos. Lo que por demás tampoco se aplica. Yo no siento fobia por ellos, algunos hasta gracia me causan. Claro que también Brozo, algunos discursos políticos o el Chavo del Ocho me resulta graciosos.

Por cierto, hay quien cree que el hecho de que uno no esté de acuerdo con otro y que así lo exprese, es una prueba de intolerancia. No, evidentemente yo, como quizás otros, toleramos la homosexualidad. Cosa muy distinta es que estemos de acuerdo con ella. A esto se le llama libertad de pensamiento. Intolerante es el que no acepta la existencia de aquellos que pensamos distinto que ellos o que nos quiere silenciar. Esos son los intolerantes.

Tenemos el derecho a decir que no. Nada más haremos. Pero eso sí, la boca nos la van a oír.

joseluis@camba.ws